Es la calle que vio nacer a El Rinconcillo hace 347 años. La calle Gerona de Sevilla comenzó a transformarse y a dibujarse como la conocemos hoy en el siglo XIX. Hasta entonces, había sido la trasera de algunos conventos y fue a partir de aquella época cuando comenzaron a levantarse viviendas de la renacida clase media de la capital.
Previamente, desde la Reconquista de Sevilla por el rey Fernando III, en 1248, quedó dividida en dos tramos: el primero, desde la calle San Juan de la Palma hasta Doña María Coronel, llamado Calderería; y el segundo, desde esta última hasta Santa Catalina, con el nombre de calle Sardinas. Fue en 1845 cuando recibió la denominación de Gerona.
El porqué del nombre es algo que no queda del todo claro. Lo que sí se sabe es que fue tras la Constitución de 1812 cuando se inició en Sevilla la formalización del callejero y en este proceso se produjo el cambio a calle Gerona, la primera en recibir el nombre de otra provincia española junto a las calles Zaragoza y Bailén.
A lo largo de su historia, ha contado con varios moradores ilustres y anécdotas que no sabemos si el paso de los años han suavizado o todo lo contrario, como la del torero Varelito. Parece ser que sufrió una cogida una tarde de feria de 1922 y la herida derivó en una infección grave que, finalmente, acabó con su vida. En ese preámbulo, se dice que el firme de la calle Gerona fue cubierta de arena y paja para que el traqueteo de los carruajes no molestase al torero en su lecho de muerte.
Siglos antes, otro de sus vecinos más reconocidos fue el aristócrata y poeta del Siglo de Oro Baltasar de Alcázar, quien murió sin publicar ninguna de sus obras. Su casa se situaba en la esquina de Gerona con Sor Ángela, donde después también vivió otro poeta, Fernando Villalón, condiscípulo del Nobel de Literatura Juan Ramón Jiménez.
Ambos estudiaron juntos Bachillerato y, además, se da la casualidad de que este último ha sido, sin lugar a dudas, el vecino más distinguido de la calle Gerona, donde se instaló cuando vino a Sevilla a estudiar Derecho. “Cuando yo estaba en Sevilla, en el limbo de los pintores, calle Gerona…” escribía el Nobel en Por el cristal amarillo.
Está claro que la literatura de la época bullía por las calles del barrio. Y es que solo una calle más allá, en Dueñas, tenía también su residencia otro grande de este arte, Antonio Machado.