Imagina que entras en El Rinconcillo para comer y pides al camarero, para empezar, unos entremeses variados con una cerveza; un par de huevos fritos con jamón, como primer plato; una perdiz de segundo; y de postre, dulce de membrillo. Y para favorecer la digestión, ¿qué tal una copa de Marie Brizard? La cuenta: 161 pesetas.
“Cómo hemos cambiado…”, como dice la canción… Esta selección procede de la carta (o “minuta”) de El Rinconcillo de los años 60.
Aunque la esencia del establecimiento ha permanecido prácticamente intacta a lo largo de su historia, sí que es cierto que la carta ha sido objeto de modificaciones para adaptarnos a los requerimientos y gustos de cada época.
Por ejemplo, en esta carta se recogía lo que se denominó como Menú turístico, compuesto por tres platos, pan y “vino del país”. Todo por la cantidad de 70,50 pesetas. Este menú se creó en 1964 y fue a partir del mes de agosto cuando cualquier local que sirviera comidas y bebidas estaba obligado a ofrecer un menú compuesto por entremeses, sopa o crema de primero; un plato de pescado, carne o huevos con guarnición; un postre (fruta, dulce o queso); pan y un cuarto de litro de vino del país, cerveza u otra bebida. Los más mayores sabrán de lo que estamos hablando.
Además, como marcaban los preceptos de la época, este menú debía colocarse en un lugar destacado y bien visible y debía servirse “con la máxima preferencia y rapidez, debiendo procurarse que en la confección del mismo se dé entrada a platos típicos de la comida española”. No eran, ni más ni menos, que estrategias para “premiar” a los turistas de entonces o para atraerlos a visitar el país.
Centrándonos en lo puramente culinario, la carta de por entonces era todo lo sofisticada que demandaban los paladares de la época y los platos se dividían en tres grupos: entremeses y sopas; verduras, huevos y pescados; y carnes. También, cómo no, estaban los postres (dulces, quesos y frutas).
Ni que decir tiene que las elaboraciones eran muy básicas. No había lugar (es que ni siquiera existían) para creaciones complejas, pero es que tampoco se necesitaban. Los estómagos quedaban satisfechos con platos sencillos, como un aliño, un consomé, unos calamares en su tinta o unas salchichas. Mención aparte merecen los bocadillos: de jamón, salchichón, bonito, chorizo y queso.
Mucho ha cambiado también la carta de vinos. Las escasas referencias de vinos de mesa, vinos de Jerez y los que se vendían a granel, han sido sustituidos por una selección de más de un centenar de marcas en la que tienen cabida blancos, rosados, tintos, generosos, cavas y champagnes para garantizar una experiencia gastronómica completa.
Así pasen otros cincuenta años, seguiremos acomodándonos a los gustos de quienes nos visitan, pero sin perder de vista nuestra cocina tradicional. Larga vida a las espinacas con garbanzos…