Pepe sale de casa para llegar, más o menos, a la hora de siempre; o se pasa a la salida del trabajo. Sabe que su presencia será advertida en cuanto cruce el umbral. Si puede, se acomodará en su zona preferida, normalmente, de la barra; pero si ya está ocupada, no importa porque nada puede perturbar esta especie de ritual sagrado al que se consagró hace bastante tiempo.
En El Rinconcillo podemos presumir de tener muchos Pepes y Pepas. Personas que vienen prácticamente a diario, con muchas de las cuales acabas entablando cierta amistad forjada con la barra de por medio en la mayoría de los encuentros, pero no por ello menos valiosa. Son nuestros parroquianos.
El auténtico parroquiano tiene su hora marcada (o no, pero viene) y, cuando llega, no llama la atención del camarero. Sabe que ya le ha visto y que irá a servirle “lo de siempre” en cuanto le sea posible. En otras palabras, confía en él.
Mientras tanto, adapta la postura a la situación, con la espalda recta, la mirada alta y el codo flexionado y apoyado. En este momento es infranqueable.
No se detiene a hacer la foto de la tapa, ni del jamón, ni del queso, ni de la cerveza ni del vino, que se enfrían o se calientan, según se mire. Come, bebe y disfruta del momento, el ambiente y la compañía.
En el caso del vino, pide un coronel o, como mucho, elige entre Ribera o Rioja; con eso tiene de sobra. Y la tapa, si es posible, la come con la mano a no ser que estemos hablando de ensaladilla, carnes o recetas con salsas.
Si coincide con otros de su “especie”, se saludan de lejos o aproximan posiciones y entablan conversación. También los hay que aprovechan la presencia de clientes foráneos para explicarles algún detalle, anécdota o información con los que, seguramente, les impresionará.
Por suerte, tenemos muchos y, qué vamos a decir… que son una parte muy importante del día a día de El Rinconcillo y que, sin ellos, seguro que ni las pavías ni las espinacas sabrían igual…