Seguro que a ti también te ha pasado: que tu padre/madre te llamara la atención en la mesa para que no apoyaras los codos, te limpiases con la servilleta, no masticases con la boca abierta, no jugases con la comida, etc… Esta ristra de costumbres que se han ido extendiendo de generación en generación tienen un origen, como todo en la vida.
Me refiero a que hubo un momento en algún punto de la historia en el que se decidió que ese y no otro era el comportamiento correcto en la mesa. Y es que mucho ha cambiado la cosa desde que, en tiempos de Isabel la Católica, se permitiera escupir en el suelo, limpiarse las manos en la miga del pan para después tirársela al perro o comer con el sombrero puesto.
Afortunadamente, con el paso del tiempo fueron tomando protagonismo la higiene y el decoro, y aparecieron, por ejemplo, las primeras servilletas. Al principio, estaban colgadas de las paredes y luego fueron llevadas por los sirvientes, que las ofrecían cada vez que el invitado comía o bebía. Por entonces, el tenedor no había entrado en escena, pero sí había cucharas.
Fue en torno al año 1800 cuando el tenedor comenzó a ser común a todas las clases sociales. Es más, había vajilla, cristalería y cubertería específica para los alimentos que se fueran a consumir. Pero el culmen de las buenas maneras llegaría un siglo más tarde, según se deduce del artículo titulado El arte de comer, publicado en una revista de la época. A lo largo de diez páginas se daban todo tipo de instrucciones acerca de cuestiones como la manera de sentarse a la mesa, comer aceitunas, ostras, pescado con dos tenedores o alcachofas.
Por suerte, ahora podemos comer más relajadamente y, así, disfrutar sin tantas restricciones de la comida y de la compañía, aunque en muchas ocasiones también “sentemos” el móvil a la mesa…