La fauna, la gastronomía y el local. Todos en comunión en un exquisito ambiente tabernario. Ese ha sido mi objetivo al cambiar por vez primera de cliente a fotógrafo en las entrañas de El Rinconcillo, un pequeño gran templo de la felicidad. La experiencia fotográfica me ha servido para poder vivir este mítico lugar de otra forma y verlo con otros ojos.
Así es como me he dado cuenta de que el mérito de El Rinconcillo no es esa fecha tan aireada de su apertura en 1670. El mérito, entiendo yo, es que este bar ha añejado con señorío, gusto y sabiduría hasta convertirse en un local imprescindible tanto para sevillanos como para foráneos. Es una taberna popular para los autóctonos que se postran ante su barra como gesto cotidiano y es, al mismo tiempo, algo así como un museo de la sevillanía para los que llegan de fuera y atraviesan su puerta empujados por la curiosidad, el boca a boca o la guía de turno.
El huracán turístico que vive la ciudad y que, claro, sacude también a El Rinconcillo no ha logrado impedir que, junto al australiano que descubre por vez primera las espinacas con garbanzos, se halle codo con codo ese vecino de la collación que lee el periódico ayudado por una cerveza como si estuviera en el salón de su casa, ajeno al ajetreo y las idas y venidas de decenas de personas. El paladar disfruta al mismo tiempo que el resto de los sentidos, embriagados no solo por el sabor de las viandas y bebidas, sino también por el sabor del lugar, el sabor de su historia y el sabor de quienes frecuentan este santuario. Repito: fauna, gastronomía y local. Todos en comunión.
En efecto, un santuario del yantar, de la charla y de la convivencia, que yo conocía como cliente, pero que ahora he intentado en cierto modo reflejar en estas fotos. Ese arrejuntamiento de lo de aquí y lo de allí, ese ambiente peculiar, irrepetible, característico, tradicional y, al mismo tiempo, me atrevería a decir que hasta moderno, ahora que tanto nos atrae lo vintage. De un momento a otro parece que será tu propia abuela quien salga de la cocina y te ponga por delante el guiso mientras te tapa las piernas con unas faldillas imaginarias. O que es tu compadre quien corta el jamón mientras una rubia de piel transparente que no habla ni papa de español lo retrata con el último aifon. “Verigú, miarma”, le dice el camarero alzando una de las lonchas antes de dejarla reposar en el plato. Rinconcillo puro.
Luis de Vega es fotógrafo y periodista.
Puedes conocer su trabajo en www.luisdevega.es